Superar la Crisis – ¿Para que te pasa lo que te pasa?

Hola amigos, esta semana queremos compartir con vosotros lo que hemos leído de Sergio Sinay en la revista Mente Sana.

 

“Ante una situación difícil, solemos decirnos “¿Por qué a mí?” Pero hacernos esta pregunta, lejos de aliviarnos, nos impide seguir adelante. La pregunta adecuada es “para que” nos suceden las cosas, pues cada situación crítica encierra un mensaje que puede variar el rumbo de nuestra existencia.

Una pregunta recorre el mundo “¿Por que?” ¿Por qué a mí?. La hacen quienes ven fracasar una relación amorosa, quienes se quedan sin empleo, quienes pierden a un ser querido en circunstancias inesperadas, aquellos a quienes se les diagnostica una enfermedad grave, los castigados por un fenómeno natural, las víctimas de la impericia y la mala fe de los gobiernos y de los banqueros, los que ven hundirse su más precioso proyecto. Y tanto más. La lista es interminable. “Por qué? ¿Por qué a mí?”

Este interrogante conlleva una certeza. “Lo que me ocurre es injusto. No me lo merezco. ¿Por qué a mí y no a otros, que han hecho suficientes méritos para ello?

¿Por qué a mi y no a tanto canalla que anda suelto?. Podemos preguntarnos mil veces por qué y podremos encontrar mil y una respuestas, pero ante determinadas situaciones no habra un porqué hecho a la medida de nuestro dolor, de nuestra confusión, de nuestro agobio, de nuestra tristeza.
Preguntarnos por qué ante aquello que nos mortifica, e insistir en este cuestionamiento, equivale a comprarse un abono para la impotencia, la angustia, el dolor emocional crónico. La búsqueda del porqué pone en movimiento al detective que habita en nosotros. Vamos tras las pistas, tras las huellas, unimos indicios, interpretamos hechos y actitudes tanto nuestras como de otros y solemos llegar, por fin, a una evidencia que nos parece irrefutable. Hemos dado con el porqué.
¿Calma eso la angustia? ¿Serena nuestra alma? ¿Nos devuelve la paz perdida? Habitualmente no. Las respuestas a la pregunta “Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?” son analgésicos que anestesian el dolor, pero una vez pasado su efecto, este regresa potenciado.

Ningún porqué cambia la situación vivida ni reescribe la historia. Lo que ha ocurrido ha ocurrido.Es inútil rompernos la cabeza viendo una y mil veces cómo se podría haber evitado, maldiciéndonos por no haber visto a tiempo lo que no vimos o buscando el trauma original que nos condujo a tal situación – un complejo infantil, un episodio de nuestra historia que nos ha condicionado para actuar siempre de determinada manera, el supuesto deseo de boicotearnos a nosotros mismos, o cualquier otra respuesta con regusto psicoanalítico. Nada de esto volvera atrás las páginas de la vida ni hará que la historia se reescriba.

Nos hemos puesto en el rol de interrogadores, cuando en verdad somos interrogados. Decía Viktor Frankl, médico y pensador austriaco cuyo paso por los campos de concentración nazi y la pérdida de toda su familia en ellos le daba buenas razones para preguntar a gritos por qué, que no hemos venido a esta vida a preguntar sino a responder.

¿A quien hemos de responder? A la vida. Ella nos interroga a través de situaciones y circunstancias. Lo hace todo el tiempo. Algunas de sus preguntas son fuertes, dolorosas. Pero todas tienen razón de ser.¿Comó respondemos? A través de nuestras elecciones, de las decisiones que tomamos. Y a través del modo en que nos hacemos cargo de las consecuencias de esas elecciones y esas acciones. Cuando respondemos ante las diversas circunstancias con que la vida nos confronta, ejercemos nuestra responsabilidad. Esta es una característica que nos hace humanos.

Esta es la pregunta esencial. “¿Para qué me ocurre lo que me ocurre? ¿Para que a mí? ¿Para qué ahora?” L interrogarnos así, dejamos de mirar hacia atrás, hacia lo inmodificable, y se nos abre el porvenir. Aquello que nos ocurre, incluso lo más duro, tiene una razón que nosotros debemos descubrir. Está ahí para que nos conectemos con nuestros valores, con nuestros propósitos existenciales, para que revisemos el estado de nuestros vínculos, las prioridades de nuestra vida.

La terapeuta y escritora austriaca Elisabeth Lukas, discípula muy querida de Viktor Frankl, recuerda en su reconfortante libro El sentido del momento una serie de investigaciones realizadas con supervivientes de la guerra, personas para quienes la existencia de un para qué en la vida es un auténtico valor de supervivencia. La búsqueda de ese para qué, decía Viktor Frankl, nace de la voluntad de sentido. Y Elisabeth Lukas escribe: “En el ser humano se libera una serie de energías misteriosas tan pronto como aflora la conciencia de un para qué”.

Esa noción de sentido suele manifestar incluso en el sufrimiento y, muchas veces, sobre todo en él. He perdido a un ser querido y, en mi dolor, descubro que fui muy afortunado por tenerlo, que gracias a él conocí el amor y pude darlo y recibirlo, y que, si las cosas volvieran a ocurrir así, no dudaría en vivirlas de nuevo. Me he quedado sin empleo y esto me lleva a preguntarme si estaba haciendo lo que quería realmente, si no tengo una vocación postergada y me había apegado a una falsa seguridad, si no es hora de hacer lo que soy en lugar de ser lo que hago. Se deshizo me paraje; agradezco aquello que ella agregó a mi vida a la vez que descubro que ese vínculo había dado ya lo suyo y que yo estaba confundiendo en agua – mi auténtica necesidad de amor – con el grifo, la persona que supuestamente me lo daba.
El apego nos lleva a menudo a no aceptar que la cosas son como son y a desperdiciar la oportunidad de explorar nuevos caminos y de poner en uso potencialidades que hemos olvidado o desechado. Preguntarnos todo el tiempo por qué no nos ayuda a desapegarnos, sino que nos devuelve una y otra vez al mismo lugar del que procuramos salir o del que hemos sido evacuados.

El doctor Frankl comparaba la actitud de un perro y la de un hombre que miran un dedo que señala. El perro solamente mirará al dedo y puede que intente morderlo. El hombre puede hacer lo mismo, o puede observar lo que señala el dedo. Podemos enfadarnos con el destino – el dedo – y blasfemar contra él. O podemos observar que señala, hacia dónde apunta, cuál es el sentido de la circunstancia que vivimos. Esa tarea es la pregunta que asoma cuando caen demolidas las respuestas seguras y aceptadas. ¿Para qué hemos venido a este mundo, qué es aquello que aún podemos hacer por nosotros y por otros? ¿Cómo debemos trabajar la materia prima de las circunstancias que nos tocan vivir para darles una forma que tenga sentido y transcendencia?

Hasta 1971, el maestro espiritual Ram Dass se llamaba Richard Alpert y era profesor de psicologia en la cérebre universidad estadounidense de Harvard. En un viaje iniciático a la India, conoció al maestro Neem Karoli Baba, cambió su nombre y se dedicó al trabajo espiritual en el que destaca desde entonces. En 1997, a los 66 años y en pleno apogeo de su trayectoria, en plenitud física y mental, una apoplejía lo dejo postrado en una silla de ruedas y tuvo que aprender a hablar nuevamente. Hombre independiente en sus movimientos, brillante orador, se encontraba de pronto cara a cara con el dolor propio y con la imposibilidad. De ello da cuenta en un libro conmovedor, Todavía aquí, y en un vídeo emocionante, Gracias feroz. “¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?” pregunta entre el dolor, la sorpresa y la indignación.

Por primera vez, él estaba en el lugar del necesitado y del compadecido. Si no le hubiese ocurrido lo que le ocurrió, se habría ido de esta vida sin experimentarlo.

Tratamos de cobijarnos en nuestro bienestar, nos decimos que, si somos “buenos”, no nos tocará el sufrimiento, huimos por los caminos del placer, del interés personal, tratando de que no nos alcance la adversidad. En lo que, con humor denomina el “yoga de la apoplejía”, Ram Dass propone entrar de pleno en el dolor, permanecer en él, procurar entender su sentido y extraer la fortaleza propia, los recursos presentes que anidan en cada uno de nosotros. “Hoy disfruto mientras contemplo los pájaros, y los pájaros no tienen horarios. Yo vivía atado a mis horarios y no los veía” dice. Ya entiende para qué le pasó lo que le pasó. También nosotros podemos comprender si cambiamos las preguntas.

 

Un abrazo,
Salvi y Mercè

Instituto Atman – Investigación y Desarrollo Integral del Ser

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